Powered By Blogger

jueves, 27 de mayo de 2010

VERANO

Aguardan tentadores en sus cajas cuadradas, de todos los colores y sabores. Me pido un cucurucho gigante de sorbete de frambuesa. La dependienta protege el barquillo con otro cucurucho de papel, coloca una, dos, tres bolas, le clava una cucharilla color naranja en todo lo alto y me lo entrega.

Tiro la cucharilla a la papelera y salgo a la calle pegándole ávidos lametones. El calor lo va fundiendo en goterones bermejos que resbalan hasta mi mano y yo limpio con la lengua. Cuando llego a la puerta de la oficina sólo me queda el pico del cucurucho que me meto en la boca apresuradamente mientras sacudo las migas de mi blusa. ¡Vaya! ¡Una mancha! ¡Y yo que esta mañana me he puesto la blusa recién lavada!

miércoles, 26 de mayo de 2010

ZAMBIA


Toda ella es un salto, un salto como canto a la vida. Salta cuando lleno su comedero; salta cuando le pongo agua fresca; salta cuando descuelgo la correa para llevarla a pasear. Salta cuando llegamos a la calle, salta cuando se cruza con un hombre, una mujer, un niño, otro perro. Salta cuando llego a casa, salta cuando está contenta, salta cuando está enfadada, salta cuando quiere alcanzar algo, salta simplemente porque quiere y porque puede. Salta, salta, salta y yo observo fascinada (y agotada) ese cuerpecillo de sólo tres meses, todo energía y ganas de vivir.


A veces me enfado con ella (se come mis libros, el papel higiénico, las flores artificiales que puse en el mueble de la entrada, mi camiseta preferida, los cojines…) y le grito y hasta le doy unos azotes con el periódico enrollado. Entonces corre a refugiarse bajo el sofá y desde allí, agazapada, me mira con sus ojos grandes y castaños, esa mirada límpida y triste, esa mirada de incomprensión porque yo no me hago cargo de que es sólo una cachorra y que tal es su naturaleza y que, a pesar de su deseo de complacerme, no puede dejar de ser ella misma. “Estoy cansada”, le digo. Y parece que anoche me comprendió, porque amontonó los cojines y se tendió sobre ellos, y cuando después de cenar me senté a su lado (unos minutos de televisión intrascendente para descansar mente y cuerpo antes de dormir), me dio una breve serie de lametones y se quedó allí quieta, hasta que nos fuimos a dormir.

martes, 25 de mayo de 2010

UN ENCUENTRO


Reconozco que su mirada embelesada resultaba lisonjera. Sus ojos no se apartaban de mí un instante y no pude menos que obsequiarla con algunas cabriolas prodigiosas. Me dijo:



- Eres fuerte, amable, inteligente y hermoso. Llévame contigo.
- No podrás adaptarte. Morirías.
- Pero te amo.
- Y yo podría amarte, pero sabes que no puedes seguirme.
- Entonces te esperaré. Te esperaré todos los días.
- No sé si volveré. Viajo continuamente.
- Entonces te recordaré.

Me despedí de ella con un doble mortal y medio antes de zambullirme en las olas.


lunes, 24 de mayo de 2010

ANDRÉS SE HA MUDADO


Eres un mamón, un cabronazo de los que no se encuentran. Has quebrantado la norma tácita establecida entre nosotros desde siempre: estar siempre al alcance el uno del otro. Decirnos cuando nos mudamos de casa o de trabajo, darnos la nueva dirección y el teléfono para que cualquiera de los dos pueda comunicarse con el otro en todo momento.


Y tú vas y te mudas... ¡nada menos que al otro barrio! y yo me tengo que enterar encontrándome tu esquela en Internet. Esto no se le hace a una amiga.


Me enteré de la forma más terrible: si no gasto el mínimo estipulado al mes en llamadas, me lo cobran igual, así que me dije: "Voy a llamarle y le doy un buen uso a esos euros que tengo que gastar aún". Me había dejado la agenda en casa, así que te busqué en Internet en las páginas blancas y no estabas. Me sorprendió, y entonces busqué a pelo en Google... y apareció tu esquela. Se hizo el vacío. Seguía haciendo cosas, hablando con la gente, pero yo no estaba allí porque tú ya no estabas. Por la noche se lo conté a mi hijo que me dejó llorar un rato sobre su hombro y luego me animó a que lo escribiera todo porque es así como mejor sé expresar las cosas. En ello estoy.


Vale que hace ya mucho tiempo que no te llamo, pero no te me pongas tiquismiquis, porque tampoco tú lo has hecho. Imagino yo que tienes poco que contar, que sigues con tu vida de siempre, tu trabajo, tu familia, tus amigos, tu colección de libros de ediciones raras, el cuidado de tu bodega, tu guitarra y alguna buena moza que se ponga en tu camino de vez en cuando.


A mí me pasa lo mismo, pero no es ese el motivo por el que no te he llamado, porque a mi lado Sherezade era una aprendiza y de cualquier nadería yo soy capaz de sacar cháchara ¡qué para mil!, ¡para un millón de noches! Es que yo no quiero que me invites a Madrid a pasar un día contigo, y no quiero porque una vez me contaste que te habías encontrado con Luisa y lo mucho que te entristeció y que hasta te sentiste incómodo al verla tan avejentada y descuidada. “¡Qué mal me sentí!”, me decías. “Yo sólo quería despedirme de ella”. ¡Qué grandísimo y desconsiderado egoísta!


Así las cosas, he procurado ahorrarte la visión de mi decadencia. He querido que mantengas la imagen de la última vez que nos vimos ¿recuerdas?, cuando me invitaste a Combarro y me puse morada de cigalas y ostras y nos bebimos dos botellas de albariño y luego nos fuimos a tu despacho a… Así quiero que me recuerdes, como era entonces, una casi taitantona todavía de buen ver, divertida, irreverente, descarada. Sé que entiendes mis motivos aunque no te los haya explicado, porque tú siempre lo has entendido todo, lo has aceptado todo y me quieres como soy.


“Eres más yo que mi propia piel”, me dijiste una vez. No más tuya, sino más tú. Y es cierto, porque a mí no se me entiende sin ti. Yo era una antes de conocerte (introvertida, asustadiza, insegura) y me fui haciendo otra a tu lado (osada, independiente, autosuficiente). Aunque ese a tu lado sea sólo de vez en cuando, pero ¡que intensos son nuestros encuentros!. Intensos en todo, en compartir ideas, caricias, comida, bebida, placer, sobre todo el placer de estar juntos, de mirarnos uno al otro, de respirar el mismo aire y de asomarnos y mirar juntos al universo entero.


En nuestros encuentros, siempre clandestinos, nos amábamos con la avidez de quien tiene los minutos contados. Sin embargo, no guardo yo el recuerdo de haber tenido nunca prisa. Me decías: "No te apresures. Lo importante es el deseo, cultivarlo, hacerlo crecer, afinarlo, disfrutarlo". Como imaginarás, también eso lo echo de menos, pero cuando lo recuerdo puedo reírme a carcajadas y llorar al mismo tiempo y, no sé por qué, consuela. Lo de mantener una relación tierna y distante a la vez raramente tiene éxito. No fue fácil para mí aceptar la distancia, pero yo soy una persona un tanto peculiar, para quien transitar fuera de los caminos trillados constituye un acicate, y enseguida comprendí que aunque en la distancia me consumía el deseo de tu presencia, eso era preferible al tedio de una vida rutinaria juntos.


Cada uno conocíamos perfectamente el lugar que ocupábamos en la vida del otro. La primera vez que me hablaste de tus proyectos de mudarte a otra ciudad yo me quedé desolada. Entonces me dijiste que el tiempo, la distancia e incluso el silencio no significaban el fin de nada, sino simplemente tiempo, distancia y silencio y que, durasen lo que durasen, no conseguirían quebrar lo que nos unía. Nunca le llamamos amor, porque se nos antojaba una palabra demasiado desgastada. Es un vínculo tejiido con hebras de ternura, confianza, lealtad, deseo, camaradería, complicidad, pasión... Era como ser uno mismo y el otro a un tiempo. Ahora el tiempo, la distancia y el silencio simplemente van a prolongarse un poco más. Pero yo sigo siendo yo misma y a la vez tú y ni queriendo podría cambiarlo


Por encima de todo, eres mi amigo (acabo de darme cuenta de que no acabo de acostumbrarme a pensar en tí en pasado), alguien que está ahí a las duras y a las maduras, aunque no esté físicamente presente. Un amigo que siempre me ha dejado mi propio espacio (y ciertamente exiges que yo te deje el tuyo, que todo hay que decirlo), que no me juzga, que no me dice “¡Te lo advertí!”. Un amigo que me anima a experimentarlo todo, a probarlo todo y que cuando me he pegado el batacazo (¡y mira que me he pegado batacazos!) está ahí para recoger los cachitos y ayudarme a recomponerme. Eres la única persona a quien nunca he tenido necesidad de mentirle.


Hay personas que permanecen a nuestro lado durante toda nuestra vida y ocupan en nuestra memoria, en nuestro sentimiento, un espacio muy pequeño, porque nada de ellas nos afecta. Nunca han dejado de ser ajenos. Tú, sin embargo, aún juntando todos los momentos y hasta las charlas por teléfono, apenas sumarían unas semanas de tiempo vivido en común, pero ocupas casi toda la memoria de mi disco duro. Yo diría que hasta has configurado mi disco duro y espero que donde has ido a parar te hayan dado un curso acelerado de informática (tú, que siempre te negaste a tener nada que ver con un teclado porque, decías, con la pluma te bastaba y para el teclado ya estaba tu secretaria) porque no tengo ganas de buscar otra imagen para explicar esta cosa tan grande y tan hermosa que es que tu sigas habitándome.


Espero que esa mudanza tuya se haya hecho en un cuarto de hora cortito pero ¡eras todavía joven, que sesentaypocos no son nada!. Supongo que es mejor así, irte cuando todavía no has empezado a sentirte viejo. Una vez me dijiste, muy serio: “Yo no voy a envejecer, porque cuando me falle la cabeza, el estómago o el pito, me suicidaré”. Me quedé sin aliento y balbuceé tratando de convencerte de que la vida es mucho más que tener una gran memoria, comer o joder. “La vida es para gozarla y se goza o no se goza; gozar a medias no es gozar. Y yo nunca renuncio a nada” (“yo nunca renuncio a nada” era tu divisa).


Me está costando mucho asumir que no volveré a escuchar tu voz; que no volveré a percibir ese olor tuyo tan característico; que no volveré a ver tus manos haciendo malabarismos con un bolígrafo de esa manera tan peculiar que tantos intentamos y no conseguimos imitar; que no te veré jugar una partida de dominó y endilgarle al contrario un “pitos doble”; que no me contarás que te has pasado todo el fin de semana tocando la guitarra hasta que te dolieron los dedos. Tampoco me contarás el libro que leíste que yo, de inmediato, compro o busco en las bibliotecas o pido prestado. ¿Sabes?, todavía tengo los cinco libros de Machado que me prestaste hace ¿veinticinco, treinta años? y que yo nunca tuve intención de devolverte. Pero no has muerto porque yo no estoy muerta. Parafraseando a Garcilaso, "por hábito del alma misma te llevo".


Y cuando yo desaparezca, aunque no lo sepan, mis hijos y mis nietos algo llevarán de ti, que será mucho más que los genes, porque serán cosas que han aprendido conmigo y que yo aprendí contigo. Por lo pronto, si una tarde no te hubieses presentado con cinco libros de Machado, mi nieta no se llamaría Guiomar, así que esa niña ya tiene algo de ti y se me llenan los ojos de lágrimas porque te hubiera encantado y no has llegado a saberlo.


Yo no sé si las personas desaparecen totalmente cuando mueren, pero en el Universo nada se pierde. Simplemente, se transforma en otra cosa. Sabemos de las transformaciones del cuerpo pero el espíritu, que no por intangible es menos real ¿qué transformación experimenta? Como repetías: "Vete a saber. En realidad, nunca se sabe". Y aquí me tienes, intentando instalarme confortablemente en la incertidumbre.


No sé si hay un cielo, pero desde luego no te imagino sentado en una nube tocando el arpa, sino en un lugar muy parecido a la Alhambra en su época de mayor esplendor, vestido con gandouras de seda y calzado con babuchas del más fino cuero, rodeado de belleza y de hermosas mujeres (y no precisamente vírgenes, que decías que no hay nada más aburrido que una virgen), tocando tu guitarra, escuchando música, leyendo poemas, aspirando el aroma de las flores (o de un buen habano), bebiendo los mejores vinos y picoteando exquisiteces.


Lo bueno de todo esto es que no ha sido una separación motivada por desengaño y por desamor; no ha sido una ruptura agria, cargada de rencor y de reproches, sino sencillamente que te has muerto. Y aunque haya quien diga que después de la muerte no queda nada, eso no es cierto: después de la muerte queda el recuerdo y el amor, al menos mientras yo esté viva.


Al escribirte estoy intentando conferirte alguna forma de inmortalidad. El pasado ya no existe; el futuro todavía no existe y el presente es esa línea infinitamente angosta que separa el pasado del futuro. Por tanto, sólo somos nuestra memoria. Y en nuestra memoria se mezclan, con la misma fuerza, lo real y lo imaginado, por nosotros o por otros. Incluso si no hubieses existido, con mis palabras yo te he dado vida ante todos los amigos que me lean. Para ellos eres es un ser real.


No me despido. El diálogo entre nosotros no cesa, por mucho que no hayas previsto un sistema para que pueda seguir llamándote. Sabes que siempre estoy contigo y estarás en todas las cosas que yo haga y, por mucho que te jibe, vas a envejecer conmigo y hasta lo vamos a pasar bien. Lloraré un tiempo, pero luego la pena irá dejando su lugar a la nostalgia y al recuerdo. Y luego pensaré un poco menos en ti cada día, pero cuando lo haga, será con alegría.

DESPERTAR


El picudo sonido del despertador me arranca del baluarte del sueño. Los dedos ciegos me devuelven al silencio, minúscula tregua. Mientras me incorporo, el calor de las sábanas se desvanece. Buscan mis pies las zapatillas, mis manos la bata que me abrigue del día no amanecido. Todo es una rutina de autómata.


El olor del café recién hecho, de la tostada caliente, del zumo recién exprimido van aventando las brumas del sueño y con el primer sorbo, el primer bocado, estreno el día.

domingo, 23 de mayo de 2010

MIZAR


Mizar brinca y culebrea entre los cojines del sofá, como un relámpago negro. Su musculatura se adivina bajo su corto pelaje, brillante y sedoso. Es un milagro de fuerza, delicadeza y precisión. En un segundo, adopta su postura de esfinge, eternamente inmóvil,
y sus ojos, lagos de oro fundido, miran como sin verme.

LA SIESTA


Hace calor. Hasta el viento se ha echado la siesta y el alboroto de las chicharras se adueña del pinar. Duermo y sueño y al despertar las chicharras han enmudecido. El cielo muestra matices malva y violeta. ¿Amanece o anochece?
Vuelvo a cerrar los ojos y me quedo muy quieta, al abrigo de los párpados cerrados esperando ...que el tiempo se detenga eternamente en este instante.